Cuando un amigo se va…en memoria de Pancho Otero

Bueno amigo Pancho; yo no se lo que tu escribirías sobre mí, si es que yo me hubiera ido antes, como has hecho tu. Pero sí se lo que sobre ti quiero escribir. Y voy a hacerlo, aunque te revuelvas ahí, en tu nuevo destino, en el que se te supone en descanso: aunque yo, conociéndote, lo del supuesto reposo lo dudo mucho. La verdad, no te puedo imaginar ocioso.

Nos conocimos en Canadá. Entre un boliviano y un español, no parece un terreno muy habitual para contactar. Pero así fue porque coincidimos en la Cumbre Mundial de Microcrédito de no sé qué año. Hace demasiado! Sofía era Reina de España, Mohamad Yunus no era ni Nobel y Al Quaeda no existía. Mira si hace años! Ambos nos hicimos una foto con Yunus, que yo conservo. Sales simpático; porque lo eras! Aunque ese Nobel podía haber sido para ti. Los dos lo sabíamos, y a mí me hubiera encantado!

Desde nuestro primer encuentro, desde estrecharnos las manos por primera vez, desde la primera mirada, ambos supimos que el otro estaba ahí y que ahí continuaría estando. Nació una complicidad natural. Y así ha sido durante años. Todo lo que yo se de microfinanzas, de ti lo he aprendido. Todo, es todo. O sea, lo no escrito. Las «no normas». La sabiduría real que no se enseña en clase: La mirada a los ojos. El olor de una cabaña. Un poblado sin hombres. Un desierto sin perros. La intuición. La compasión. El riesgo. El poder de un abrazo. El calor de las personas. El miedo en los ojos de los pobres. De los más pobres de entre los pobres. El humor. La risa. La genialidad. La capacidad de improvisar. El valor del agua. De la sombra. De la ropa. El abrazo de una madre. La mirada de esperanza puesta en el futuro. El miedo a las armas y a la incultura. La prudencia de los más débiles. La empatía. El amor sin condiciones. La misión!

Y la oportunidad.

Eso son los microcréditos y eso lo aprendí de ti. Y eso que soy profesor en un master de microfinanzas! Pero tu, y solo tu, has sido mi maestro. El maestro, amigo Pancho; hermano Pancho.

Juntos compartimos aquellas noches, durmiendo contra el suelo, en poblados sin luz, llenos de personas que dormían como nosotros. En el suelo. África real. Silencios extraños en noches calurosas. Abrasadoras. Silencios llenos de toses nocturnas. Bichos desconocidos a nuestro alrededor; nunca quisimos saber qué apellido tenían. El mosquito. El miedo. La muerte. La gente no sabe lo que es dormir durante semanas con un ojo siempre abierto. Tu y yo nos los turnábamos; y así cada uno dormía mejor.

En Níger te salvé la vida: de acuerdo. Pero tu hubieras hecho lo mismo por mí. Desde entonces me llamaste «hermano» y me presentaste a tus 8 hermanos carnales por Navidad. Pero antes de eso, ambos lloramos juntos ante tanta miseria y pobreza como vimos. Aquellos niños. Aquellas madres…tanto dolor. Y tanta muerte gratuita, anónima y silenciosa.

Tan injusta.

En Barcelona me diste una lección de humildad con tu discurso en nuestro paseo en barca por la costa catalana. Y en mi ático de Gran Vía, dormiste mirando al Este. Como solías.

En Madrid compartimos clase del master y cuando vi la cara de nuestros alumnos, entendí que eras un maestro. Y yo un simple divulgador. Estuviste genial Pancho! Lo grabé todo y se me humedecen los ojos cuando vuelvo a escuchar tu voz en esa clase magistral. Y lo he hecho en demasiadas ocasiones; en el silencio de mi casa. Como si te tuviera aquí. Tu voz te resucita y mi carne se pone de gallina.

Y te añoro, amigo.

En París nos enfrentamos juntos a un idiota racista que caminaba por Boulevard Rívoli. Y yo te aplaudí. Y nos morimos de la risa!

En Bolivia trabajamos juntos en el Plan tres Mil. Y cada día fue una lección. Una suerte. Un regalo. Tu has sido un regalo para mi. Probamos juntos la chicha y los dientes postizos. Vaya par de locos!

En San José, en medio de la selva, nos pasamos aquella noche, mano a mano, entre el griterío y los chillidos de los pájaros nocturnos, hablando y hablando a oscuras, sobre la pobreza, la dignidad humana, las microfinanzas, la banca, el capital, los pobres, el miedo, la seguridad, las armas, las drogas… y de repente, entre la bruma selvática, se hizo de día. El mundo era igual: pero nuestro mundo no. Nos hicimos una foto con tu hija Lucía. Y con nuestro amigo indio aymara Rodo Suxo, que sale sonriente y franco. Como es él.

Éramos dueños del mundo. Humildes. Pero, como tu decías, de ojos brillantes!

Ahora te me has muerto en Congo, después de haberme insistido en que te acompañara para montar allí una microfinanciera. Te dije que no. Y ahora me arrepiento. Si te salvé la vida una vez, podía haberlo hecho dos. Y ahora estarías aquí: con tu sonrisa de esperanza y el brillo de tu mirada. Y yo, Pancho, estoy a punto de montar una microfinanciera en España.

Te prometo ante este los lectores de este blog, que no voy a olvidar que lo que se y he aprendido, amigo, de ti ha venido. Algún día, cuando la Fundación Oportunitas (que es el nombre de la microfinanciera española que ahora pongo en marcha) esté ayudando a un montón de gente y contribuya a que el mundo sea un lugar mejor, como tu y yo tantas veces soñamos, ese día, amigo Pancho, me encargaré de recordarle a todos este mensaje. Y que tu nombre no pase al olvido.

Cada familia rescatada de la pobreza y de la falta de oportunidades, llevará algo de ti. O tu nombre.

Desde Fundación Oportunitas nos encargaremos que esto sea así. Mientras tanto, yo ya se que tus ojos nuevos no paran de brillar y que ya andas por ahí, denunciando las desigualdades y jugándote tu nueva vida por los demás. Por eso has sido mi maestro.

Descansa lo que puedas Pancho, y sigue iluminándome cuantas veces quieras. Aquí te espero ilusionado como un niño y orgulloso de haber sido tu amigo.

Has dejado un mundo mejor del que te dieron. No era esa la misión…?

Un abrazo!