Los calzoncillos de B14.

Los campos de refugiados que mantienen una mínima organización, identifican cada casa/contenedor (o tienda) con una letra y un número. Y en la mayoría de los casos, además, con un «right» o un «left», porque muchos de ellos, de hecho la mayoría, los habitan (como mínimo) una familia por lado. Cuando no dos. Como los refugiados del Campo Eleonas, en Atenas, provienen de tantas nacionalidades diferentes, acabas reconociendo a muchas familias por el código de su contenedor, ya que sus impronunciables nombres y apellidos, dificultan la memorización. Aunque tras 11 días aquí, muchos de ellos ya tienen nombre real, porque si trabajas como voluntario, recuerdas poco a poco el nombre, la letra y el número de cada «casa». Por ejemplo: Mliofar, de A22…..5 añitos. Afgana. Una monada de niña!

Y para no desvelar el nombre de nuestro protagonista, diremos que es B14, aunque no es un dato real.

Anteayer por la tarde, me encontraba en el contenedor de reparto de ropa junto a otros seis voluntarios. Esta actividad es lenta y complicada; a veces se sirve a familias de 11 miembros, a veces a maridos con dos mujeres y a veces es complicado saber cuánta y qué clase de ropa quiere cada miembro. El mostrador del reparto es una torre de babel en inglés, en farsi (iraní, afgano, paquistaní) en árabe, en kurdo o en urdú. Salvo que alguien cercano sepa algo de inglés o francés y ayude a traducir, el lenguaje de signos funciona razonablemente bien.

Tras una buena espera, tal vez de 40 minutos, le tocó en turno a B14, con quien yo ya había hablado previamente en varias ocasiones. Hablando en inglés, y mirando avergonzado a ambos lados, me pidió calzoncillos; regalados; de segunda mano; usados, enviados desde Europa por caridad.

Y lo peor es que no teníamos.

Cuando le respondí que no habían más calzoncillos y que lo probara la semana siguiente (cada familia puede ir un día por semana a por ropa), vi en sus ojos la desesperación de tanto sufrimiento. Su expresión fue la ofuscación de su situación y la de su familia. Su mirada cargada de pena y resignación, no tenía nada que ver con los calzoncillos, y sí con el hastío y el miedo. Con la desesperación.

B14 me hizo un gesto abriendo la palmas de sus manos. Qué remedio! No hay calzoncillos!

Pero a riesgo de delatarme, explicaré que en aquel mismo momento decidí encargarme personalmente de su ropa interior. Tal vez pueda ser esta la mínima e íntima dignidad de una persona refugiada de guerra. A mí tampoco me valió mi propio «no hay más calzoncillos».

Por eso, esta mañana, antes de ir al Campo Eleonas, he cogido el metro y me he bajado en la parada de Syntagma, pleno centro de Atenas. He ido directo al H&M de la calle comercial y he comprado dos paquetes de cuatro calzoncillos. Cuatro de la «L» y cuatro de la «XL». B14 está bastante rechoncho, he pensado. Y esta tarde, ya en el campo, lo he buscado por donde suele moverse y me he acercado discretamente a él.

Le he preguntado en inglés si había solucionado el tema de sus calzoncillos y con cara de sorpresa me ha respondido que no. Yo iba, como suelo, con mi inseparable mochila, y señalándola le he dicho que podíamos solventarlo, pero no allí, a la vista de todo el mundo. El rostro se le ha iluminado y con un gesto de su cabeza rapada me ha indicado que le siguiera.

Trapicheo de calzoncillos.

Esta tarde he descubierto un lugar en el campo, totalmente discreto y ajeno a miradas no deseadas. En un pasillo de tierra que queda entre una instalación y la pared natural de la propia montaña escarpada que delimita el campo, he abierto mi mochila y le he dado los ocho calzoncillos. Y por fin, lo he visto sonreír.

Acto seguido ha sido totalmente imposible evitar una invitación a café en su contenedor B14, «left». A pesar de mis excusas, ha hecho ver que no entendía inglés y se ha puesto a parlotear en kurdo. Y al cabo de 15 minutos yo ya estaba en el suelo de su «casa», con su jovencísima mujer haciendo un café dulzón y un niño de dos años, enseñándome a gritos un osito, un pequeño muñeco roto, una pelota, y su cama. Sobre todo su cama, hecha a mano por su papá, con maderas del suelo del Campo Eleonas. A mano.

El dolor de Grecia, es lo que ha venido a continuación. Ya todos en el suelo, café en mano, B14 ha empezado su relato en el inglés de su Kurdistán natal. Él era policía; he entendido que algo así como guardia urbano, o de seguridad vial, o algo parecido. Tiene otro hijo, de seis años, que ahora no estaba allí. Su vida era pacífica, tranquila, con un buen futuro y con cierta seguridad por su salario. Una noche, las bombas cayeron sobre su ciudad. Todavía no sabe quién la bombardeó, pero su hermano menor, recién casado y vecino de la casa contigua a la suya, murió en el acto. Su otro hermano, el mayor, padre de cinco hijos y vecino de la casa contigua del otro lado, murió también durante el bombardeo. Hoy en día, B14 supone que su padre cuida de la viuda y los cinco hijos del mayor y de la viuda del menor. Si viven; porque no lo puede saber.

Acabado el bombardeo, B14 supo que la ciudad sería tomada por los barbudos del ejército islámico y entendió que debía huir a toda prisa o los degollarían. Es ateo. Con el dolor en el pecho y las lágrimas en los ojos, condujo durante la noche hasta la frontera con Turquía. Tuvo tiempo de coger los mínimos enseres, las pocas joyas de oro de ella (que habían sido de su madre) y los móviles. En la misma frontera, la policía turca les dejó entrar y escapar de la muerte, a cambio, eso sí, de quedarse con todo lo que llevaban. Incluido el coche.

Su mujer pudo esconder las joyas. Él, los móviles.

Cruzaron Turquía a pie y en camión. Vivieron de la caridad. Imposible dormir tranquilos. Siempre alerta. La muerte todo lo puede cuando eres un olvidado. El dolor en cada poro. El terror en la mente.

Mientras B14 explica todo esto en su inglés, el niño se me ha sentado entre las piernas y escucha en silencio algo que no entiende. Y la madre, la joven madre que no habla inglés, no entiende nada, pero sabe perfectamente de lo que estamos hablando. Ojos llorosos. Dolor interminable en la expresión. Puede haber sufrimiento mayor?

Cuando llegaron a la costa, lograron embarcarse hacia Grecia, pagando 850,00 euros a un traficante. Lo que valían las joyas. Todas ellas.

Y salieron en barca hacia Lesbos.

La barca naufragó. Viajaban más de ochenta personas y llovía a cántaros. B14 logró reunir a los suyos y mantenerse a flote sin separarse. Insiste una y otra vez en que ellos y sus hijos vieron (y se señala insistentemente los ojos) veinte personas ahogándose, ante ellos, ante los niños, entre gritos de terror y llantos de miedo. En medio del mar! Así estuvieron cinco horas. Cinco horas mojándose en el Mediterráneo. Mare Mortum. Cinco horas a punto de morir. Cinco horas salvándose el uno a la otra y ambos desviviéndose por sus hijos.

Perdió los móviles. Ya no tenía absolutamente nada.

La Marina turca los rescató de madrugada y fueron conducidos a Idomeni, en la frontera con Macedonia. Cuando este campo se desmanteló, fruto del vergonzante acuerdo de la UE con Turquía, fueron trasladados a Eleonas. Y aquí estamos; entre sorbo y sorbo, imposible no llorar; imposible contener el drama. Imposible no sentir una enorme rabia y una frustrante impotencia ante tamaña injusticia. De su ciudad, no queda nada. Se puede ver en Google, caso de que se quiera llorar un buen rato.

B14 dice que es un hombre con suerte. Porque está vivo. Tras lo ocurrido, y por ahora, eso le basta. Viven los cuatro. Y se conforma en silencio, mirando sumisamente el suelo de su contenedor.

Algún día, presentaremos ante la justicia y sentaremos en un banquillo a los responsables de este drama. Dejar sin calzoncillos al bueno de B14, debería penarse con el máximo rigor.

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